Empecemos por lo principal: linda no soy.
Eso, como muchos genios sostienen, lleva desde la más dulce y temprana edad a desarrollar una personalidad encantadora, y, si tenés suerte, a ser una despiadada y una soreta pedante. Yo tuve suerte, no encanto. Admito que mi esencia es más bien sensiblona, pero soy intolerante a las pelotudeces. No una intolerancia violenta, más bien se justifica en mi (aunque contradictoria) fe en la humanidad, la cual creo absolutamente perfectible. Pero la gente es idiota, y prefiere esperar el 2012. A esta altura del desencanto, I must confess, yo también.
Esa fe ciega (bueno, más bien chicata) en la perfectibilidad humana, se la debo, (y esto lleva a otro punto) a mi bizarra familia marxista. Si bien hoy me considero una nihilista, ese seno familiar más bien crítico y desconfiado hacia lo establecido, me influyeron enormemente. Ok, convengamos: mis viejos tenían más de Mayo Francés que de Tupac Amaros, pero no puedo negar la militancia y persecución de mi padre, porque sería algo injusto. Cliché bohemio: mil y una separaciones, divorcios, nuevas parejas, hermanos hippies, medios hermanos, hermanastros, presidencias en el centro de estudiantes, y una biblioteca grandota y consoladora cuando volvía de la calle sin que nadie me eligiera para su equipo de volley. Eso mamé, y eso me hizo una perra intolerante. Amén por eso. Amén por la negación sistemática a todo, antes que el entusiasmo berreta.
Hablemos de lo interesante, de lo crucial: la adolescencia.
Fui a un colegio más bien experimental, donde aprendí esto que elegí como carrera; el arte. Y todo lo que eso significa; profesores flexibles, borrachos, y un lindo y no tan conveniente parque enfrente, donde nos fumábamos las horas libres, y soñábamos (otro cliché también) con graduarnos rápido y escaparnos de la ciudad, amparándonos en un 1979 de los Smashing, y en los cánticos de la suicidada Generación X, si bien yo pertenezco a la Y. A la Z le tengo asco. Pero la X me regaló las pelis, la música, y el desenfado que adopté como lema de puber-adolesencia.
Era la friki. No era muy difícil ser la friki de ese colegio, porque habían muchos. Pero confío en que el mío era un grupo de selectos frikis, que la teníamos más clara que el resto, y dibujábamos mejor. Obvio que era una gran patraña, pero lo creí así hasta hace un par de años, hasta que todos se terminaran de desvanecer, de quedarse, de matarse. Yo quedé en pie. No me quemé, ni tuve hijos, ni renuncié a mi sueño. Pude pasar por el colador devastador de la vida adulta y aunque me costó varios años de terapia (aún no sé si efectivos) encontré un equlibrio entre lo que quiero y lo que el mundo no me va a dar.
Ser la friki, la sucia, la punk, la pseudo-bisexual me entrenó en el ejercicio de sacar la ficha. Ya no se te acercan todos, y eso te da tiempo de observar desde una perspectiva distanciada. Por ej, la compañera tonta se te acerca por miedo, o por el placer oculto de tener contacto con lo extraño, lo estrafalario. Los rugbiers ni te miran, a menos que tengan serios problemas psciológicos, los gauchis (ya no, pero en otras épocas sí) mantienen un tácito acuerdo de "la mejor con vos", y a veces hasta te convidan porro, debido, calculo, a la identificación de discriminado a discriminado.
Resumo: hice pogo, vomité sangre, probé las conchas, los pitos, las pastillas, las relaciones paralelas, hasta que me enamoré y mi vida prometedoramente experimental vino en picada. He aquí la necesidad de esta lista, que es mi última esperanza de no envejecer mal, de probarlo casi todo antes de los 25.
Lady Stardust
lunes, 15 de marzo de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
BRAVO!!!
ResponderEliminarquiero ver más!
ResponderEliminar(sépanlo desde ahora, acá kit, la clásica agitadora de bloggers fiacosos)